III
¿Por qué yo?
¿O por qué no yo exenta de este desgarro por un golpe de azar?
Sólo es hermosa la salvación del que casi está desconsolado.
Sólo entiende la salvación el Herido Grave.
Yo respondería con la alegría sin gusano del padre primerizo y del patrón que
halla peces
la del que expulsa su fluido y se ignora un instante
la del reo amordazado y todo era un simulacro
la del minero que reconoce de nuevo el sol
la alegría abisal del animal en su siendo.
Esta bula que pido no le vale al atleta del oro es despreciada por quien cree en
la obra de los hombres y es ignominia para los próceres del progreso.
Todos ellos tienen la ira y la razón, su reino en este mundo y su razón.
Si algo me salva, prometo el agradecimiento del niño por su castigo, de los
límites por el tahúr, del loco por la calefacción.
Pero sé que nada me absuelve; mis padres no son patricios y mi alma recela
del vicio fingido y de la quietud de los yates. Nadie va a absolverme.
Y no vengo como la Princesa de los Placeres.
No conozco ingenios para volar más alto y hay días en que apenas puedo
moverme.
No vengo a segregarme de mi prójimo ni a que ponga su medida a
avergonzarse ante las perlas de mi sangre.
Sólo tengo la sangre de una edad y su color promete cansancio y fluye a la
caza de ternura.
Perdonadme. Mi delito es haber comprendido cómo dibujaron este
infortunio.
El rostro es una enfermedad, la conciencia una pandemia y yo sólo pido morir
de mis males.
Pido espacio para fallecer.
Pido que vacíen la habitación de los juegos, que entre la luz y nadie distraiga
el pánico de las paredes.
Pido domicilio para la transfiguración porque sólo en ella aprecio la palabra
casa, satisfago a la semilla del silencio y cojo cariño a la impasibilidad de
los árboles.
Si alguien me salva de esta muerte por jornadas, prometo confundirle con la
salud.
Si algo me libra del evangelio de la utilidad, prometo llamarle
causa de los colores
dominio de la imaginación
pan de lo ausente
libertad.
Fragmento de «Canción del empleado»,
en Los heridos graves